Elegir escuchar
Ir por eso que nos hace vibrar…
Una de las cosas más difíciles de la vida es aprender a escuchar; aprender escuchar con y sin los oídos, aprender a sentir las vibraciones que nos rodean, aprender a interpretarlas. Todos somos perceptivos, pero a veces no le hacemos el caso que debiéramos a lo que sentimos.
Las sensaciones, son la única alarma que encuentra a veces nuestro cuerpo para revolear la bandera roja, levantar sus mil manitoos energéticas y gritar “pará”, “frená” , “no sigaaaass.»
Le hacemos tan poquito caso a lo que intuimos, a escuchar nuestro cuerpo, a pactar con él, a tratarlo como lo que es, la única compañía segura que vamos a tener en este viaje.
Y si lo atendi+eramos un poco más, escuchásemos la enegía de lo que nos dice, así como atendemos la alarma del teléfono, al reloj, al calendario, a las obligaciones o a la lista de pendientes.
Somos una parte importante de este engranaje. Nos afectamos mutuamente, sentimos la conexión con los demás, con lo que vemos y lo que percibimos sin ver. Nos contagiamos risas, bostezos y también estados de ánimo, una especie de solidaridad emocional con alegrías y trsitezas prestadas.
¿Y si apagamos el ruido externo y nos empezamos a escuchar más?
No nos educaron para atender nuestras sensaciones ni para entenderlas.
No nos enseñaron a escuchar lo de afuera, con la boca cerrada.
Escuchemos también lo que sucede en nuestro interior, respetemos nuestra percepción, confiemos en ella y permitámonos el descubrimiento de nuevos mensajes en las cosas cotidianas, el permiso de maravillarnos, de expresarnos y dejemos que la boca se abra en ese gesto de asombro, como cuando lo que sucede es tan grande para que nuestra cabeza lo asimile, que la boca le da un poquito más de espacio abriéndose, para que quepa más.
