Como cuando éramos chicos y nos aguantábamos despiertos para “pescar “ a los Reyes poniendo los regalos. Sin darnos cuenta que esa atención, que ese control eran la causa que no permitía entrar la magia. Todos nuestros sentidos fijos, oficiando de freno para que ese el milagro (nuestro mayor deseo, al menos en esa noche del 5 de enero), no sucediera.
Solamente cuando nos permitíamos vencer por el sueño, cuando éramos capaces de quitar o soltar el control, el milagro ocurría. Así pasa a veces con otros milagros de nuestra vida, estamos tan enfocados en percibirlos, en analizar cómo se producen… que nos olvidamos de soltar el control, para dejarlos suceder.


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