La magia de la docencia

Dicen que al igual que los pensamientos son el lenguaje del cerebro, los sentimientos son el lenguaje del cuerpo. 

Como docentes tenemos en nuestras manos el guiar esos pensamientos y sentimientos durante varias horas, días, semanas, meses.

Comenzamos un nuevo año escolar con mucho de ambos, mucho lenguaje de la mente y del cuerpo, no siempre alineados.

La trampa de todo esto es convertir al cuerpo en un bucle de malestar (+). Lo que crea un cuerpo estresado, un cuerpo que se convierte en un generador de emociones como hostilidad, agresividad, tristeza, miedo, vergüenza, depresión, etc. 

Como docentes pongamos por encima la alegría y el disfrute de cada jornada. Que los aprendizajes se den mediante el descubrimiento y la emoción. Que haya tiempo para conversar, para exponer ideas, opiniones y sobre todo que haya siempre un ratito para reír, para mirar al de al lado, para escuchar, para estar presentes.

Un ratito para decirle al cuerpo que no tiene que protegerse de nada, que si la tarea no se realizó en el tiempo estipulado, siempre tenemos unos minutos más para completarla. 

Que no somos máquinas, que los resultados importan si disfrutamos el proceso y se opacan si el mismo es estresante. 

No permitamos que el estrés crónico en el que vivimos como sociedad se filtre en las aulas y nos opaque el milagro de aprender con alegría, de compartir sin miedos, de deslumbrarnos, de ayudar y recibir ayuda. No permitamos que las infancias crezcan con miedo o con tristeza, dejemos de replicar el estrés del mundo adulto. La educación reclama un cambio, reclama poner foco en habilidades que los adultos de hoy viven/vivimos como carencias o limitaciones.

(+)Tenemos pensamientos “feos”,  sentimos incomodidad y esto provoca hilos de pensamiento aún peores que los causaron el primer malestar, automatizando de alguna forma la manera en la que reaccionamos y haciendo del estrés un hábito. (*)

(*) Cuando convertimos al estrés en un hábito nos inundamos de las sustancias químicas que llevan al organismo a un constante estado de alerta para la supervivencia, a pesar de que ésta no sea real. Sabemos que los animales traen consigo una serie de mecanismos de autocuidado que incluyen las respuestas de huida o lucha frente a un peligro inminente.

Si nos enfrentamos a una situación que pone en riesgo nuestra seguridad los mismos se disparan acelerando el ritmo cardíaco, aumentando los niveles de adrenalina y cortisol y poniendo al cuerpo en estado de alerta. 

Estos mismos mecanismos son disparados por el ser humano cuando luchamos contra el tránsito, cuando protagonizamos una discusión en el trabajo, en casa o incluso si somos espectadores de algo similar protagonizado por desconocidos. Todo el cuerpo se tensa, se pone en estado de alerta y estas reacciones repetidas durante períodos de horas, días, semanas y muchas veces años nos llevan a lo que se conoce como estrés crónico. El cuerpo pierde el equilibrio, y deja de reconocer qué peligros resultan una verdadera amenaza y cuáles no son reales.El cuerpo no está preparado para resistir el estrés a largo plazo, los mecanismos de regeneración celular frenan su actuar, nos volvemos más vulnerables y  bajan nuestras defensas, ya que el cuerpo usará toda su energía en protegerse de “eso”que es percibido como amenaza.

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